“Mi mayor placer es comenzar de cero”, dijo alguna vez Gabriella Crespi (1922-2017), quien un día decidió abandonarlo todo para meditar en el Himalaya. Hoy su trabajo es codiciado por los coleccionistas y reivindicado por los creadores contemporáneos. La diseñadora italiana, cuyo legado gestiona su hija Elisabetta, ha logrado reinventarse incluso después de la muerte.
Por Laura Alzubide
Emiliano Salci y Britt Moran, de Dimorestudio, le rindieron homenaje en una de las instalaciones más celebradas de la Semana del Diseño de Milán de 2019. En “Visioni”, presentaron las reediciones de sus piezas sobre una alfombra fucsia y montículos de arena. En este escenario surreal, se imponía la poderosa personalidad de la diseñadora italiana Gabriella Crespi.
“Su estilo es definitivamente inspirador”, explicó Salci a la revista “Vogue”. “Tenía un gusto extraordinario y su trabajo era profundamente personal, derivado de sus pasiones internas y su estilo de vida. Era moderna y atrevida, casi radical en sus propuestas. Desde su encanto innato hasta los muebles que diseñó, todo era sofisticado aunque poco convencional, con una sensación cálida, humana y sensual. Era un genio”.
Gabriella Crespi nació en Milán, en 1922, en el seno de una familia acomodada. Estudió Arte y luego, fascinada por Le Corbusier y Frank Lloyd Wright, Arquitectura en el Instituto Politécnico de su ciudad natal. En 1945 se casó con Giuseppe Maria Crespi, cuya familia era propietaria del “Corriere della Sera”. Sus primeros diseños eran pequeñas piezas con un toque chic: cajas, vajillas y animales decorativos hechos de madera, terciopelo o plata, a menudo intervenidos con frases poéticas escritas por ella misma. Maison Dior las compró para su boutique de París y le encargó nuevas colecciones.
En 1963, tras separarse, abrió las puertas de su propia casa, el Palazzo Cenci de Roma, para exhibir sus creaciones. Se convirtió en un personaje muy popular. Entre sus amigos y clientes se encontraban Grace Kelly, Gianni Versace, Audrey Hepburn, Hubert de Givenchy y la hermana del Sha de Persia. Le gustaba llevar túnicas de algodón y blusas campesinas, pero también formidables capas de alta costura.
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Mientras los paparazis le tomaban fotos, se ocultaba bajo las alas de un gran sombrero, siempre con la excusa de una migraña. No es de extrañar que el artista Francesco Vezzoli la definiera como “la Greta Garbo de Milán”.
Y de pronto, en 1987, cuando se encontraba en la cima del éxito, se deshizo de todo y se mudó a una pequeña aldea del Himalaya, donde vivió durante dos décadas. Se dedicó a meditar hasta que una caída la obligó a regresar a Milán. Y de nuevo, a los 85 años, reinventó sus creaciones más famosas con otros materiales y diseñó joyas para Stella McCartney.
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Cuando falleció, en 2017, todavía conservaba la serenidad y el estilo que siempre la caracterizaron.
Fotos: cortesía de Archivio Gabriella Crespi
Artículo publicado en la revista CASAS 286