La posibilidad de ver la vida de manera diferente nos motiva. Sin embargo, intentar cambiar de pensamientos a la fuerza agota. No poder no es tu culpa, y fracasar después de varios intentos tiene una razón muy importante de ser.

Por Ana Paula Chávez (@anapaulachavezc)

Todos tenemos pensamientos que conscientemente sabemos que nos haría bien cambiar; pero, ¿cuántas veces lo intentamos, lo intentamos y no podemos? Mientras escribo esto, puedo escuchar las voces de quienes llegan a consulta diciendo: “sé que hay formas distintas de pensar y me las repito, hago afirmaciones, pero me sigo sintiendo igual. Nada funciona, hay algo malo en mí”. ¿Será realmente que “no podemos porque no queremos”? ¿Nos hará falta más esfuerzo, voluntad y actitud para lograrlo?

Con el boom de las redes sociales, aparecieron espacios que reproducen narrativas centradas en la motivación y el cambio de mentalidad o creencias. La psicología no está exenta de esto, las terapias centradas en cognición y emoción ponen énfasis en el cambio de pensamiento (de lo que llaman distorsiones cognitivas o pensamientos irracionales) como un indicador de salud emocional.

Lo cierto es que si nuestro sistema de creencias se ve así: “no soy suficiente”, “soy incapaz”, “no me siento seguro”, “no hago nada bien”, “es mejor no confiar en nadie” entre mil cosas más, probablemente tengamos en nuestro haber una serie de aprendizajes dolorosos que nos llevaron a esas interpretaciones. Crecimos mirando al mundo, a otros y a nosotros mismos a través de unas gafas heridas, desconfiadas, autoprotectoras.

Nuestra cabeza no es independiente del resto del cuerpo. Esto que aprendemos no solo se almacena en ese espacio abstracto llamado “mente”, mucho menos solo a través de pensamientos. Para explicarlo mejor, me apoyaré en las palabras del experto en trauma, sistema nervioso y cuerpo, el doctor Bessel van der Kolk:

“No importa cuánto conocimiento y comprensión desarrollemos, el cerebro racional es básicamente impotente para disuadir al cuerpo de su propia realidad. Cuando la campana de alarma del cerebro emocional sigue señalando que estás en peligro, ningún insight podrá silenciarla”.

Entonces, estas ideas que nos venden del tipo “tú decides cómo sentirte”, están pasando por alto la verdad de nuestras historias, nuestras reacciones automáticas humanas, despojándonos de aspectos importantísimos de la vida necesarios de procesar (duelos, separaciones, transiciones, dolores). Incluso tildándolos de disfuncionales, desadaptativos, malos. Sobre todo, culpándonos de su aparición, asumiendo que por nuestra propia voluntad no podemos “eliminarlos” (como si esta fuera la meta final). Esas mismas palabras que se desea generen esperanza y empuje, terminan generando frustración, desasosiego, irritabilidad.

Esto impacta también directamente en aquellos con historias de adversidad, trauma. El sobreviviente asume que su forma de pensar es un error y que, muy probablemente, esto es su culpa. Tal vez me dirían que eso se llama “mentalidad de víctima”, a lo que yo respondo que sí, muchos han sido victimizados desde temprana edad y desarrollaron formas de pensar que ahora llamamos “síntomas”, pero son adaptaciones que en su momento sirvieron un propósito importantísimo para poder seguir adelante. Me parece peligroso reducir la recuperación de experiencias tan duras a la eliminación de aquello a lo que te aferraste para sobrevivir.

Sea cual sea el caso, no poder cambiar tus pensamientos a la primera no es un signo de daño. Es un signo de que el camino por el que lo estás intentando es inauténtico, va en contra de tu naturaleza. Que implica que en nuestro cuerpo viven nuestras experiencias y que todo lo que tanto intentamos cambiar a fuerza bruta (sí, todo lo desagradable también) son consecuencias naturales, esperables y correctas de la historia que te tocó vivir. Todo funciona como debe ser, porque así fue aprendido. Cito de nuevo a Van der Kolk:

«Cuando no podemos confiar en nuestro cuerpo para dar señales de seguridad o advertencia y, en cambio, nos sentimos abrumados crónicamente, perdemos la capacidad de sentirnos como en casa en nuestra propia piel y, por extensión, en el mundo. Mientras su mapa del mundo se base en el trauma, el abuso y el abandono, es probable que las personas busquen atajos hacia el olvido, reacios a probar nuevas opciones, seguros de que los llevarán al fracaso. Esta falta de experimentación atrapa a las personas en una matriz de miedo, aislamiento y escasez donde es imposible acoger las mismas experiencias que podrían cambiar su mentalidad y cosmovisión básica».

El camino de los atajos suena más sencillo. ¿Una solución rápida para acabar con mi malestar? Eso es atractivo. El truco es: no dura para siempre, terminarás  frustrándote y sintiéndote aún más incapaz. Paradójicamente, terminas reforzando precisamente eso que querías cambiar. Tu humanidad te va a alcanzar, no importa cuán lejos corras de ella.

Dice Van der Kolk:

“Para que se produzca un cambio real, el cuerpo necesita aprender que el peligro ha pasado y vivir en la realidad del presente”.

Así, cambiar tu mentalidad es posible, mientras sea este nuestro punto de partida: estas creencias viven en nuestro cuerpo, el que debemos procurar que se sienta lo suficientemente seguro, estable, conectado. Pues solo desde ahí sentirá que vale el esfuerzo explorar otras alternativas de pensar, sentir, mirar. Que no será otro grito al vacío. Esta vez será duradero. Este camino, aunque más complejo, también se sentirá más natural, más tuyo, más espontáneo, más auténtico, más amable.

Mi deseo es que este discurso no se convierta en un “debería”, en una forma más de autocondena irrompible. Que no caigamos en el engaño de que un cambio de mentalidad llevará a un cambio estructural, de situaciones vitales, de sistema. Que recordemos siempre nuestra humanidad, que dejemos que la vida nos afecte y atraviese porque es así como la procesamos, la sentimos y continuamos. Que centrarnos en reprogramar la mente no nos robe la oportunidad de vivir la conexión con el cuerpo, donde habitan nuestras historias, que merecen ser vistas, consideradas y sanadas. A nuestro tiempo y a nuestro ritmo.

Referencias:

El Cuerpo Lleva la Cuenta: Cerebro, Mente y Cuerpo en la Sanación del Trauma – Bessel van der Kolk M.D. (2015)

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