En un mundo obsesionado con la felicidad y la paz interior, la “calma constante” es el nuevo ideal. Sin embargo, su búsqueda implacable puede convertirse en un verdadero obstáculo en nuestras vidas.

Por Ana Paula Chávez Carillo

Distintos productos y servicios nos ofrecen la idea de un estado de calma permanente en el que nada nos afecte ni impacte, en el que nada duele. Esta es la nueva aspiración, tal como en un punto de la historia lo fue la felicidad, y el nuevo estándar de perfección en el marco de la salud mental: una vida libre de estrés.

Esta ilusión constituye en realidad una forma de invalidación emocional encubierta, ya que nos demanda, equivocadamente, afrontar la vida con “fortaleza”, sin mala cara ni “malos” sentimientos. Es una verdadera paradoja: en las situaciones en las que es normal y completamente esperable sentirnos mal, se nos exige estar bien:  debemos mostrar siempre una sonrisa en el rostro mientras que las emociones y el dolor son vistos desde el rechazo y la completa evitación.

Pero, ¿por qué razones esto es problemático?

  • La vida está llena de altibajos, desafíos y cambios constantes. Esperar mantener una calma constante es poco realista.
  •  La búsqueda constante de la calma puede llevar a la negación de emociones, lo que puede ser perjudicial, ya que bloquea el procesamiento de nuestras vivencias.
  • La presión de mantener una fachada de calma constante puede crear un estrés adicional y agotamiento emocional.
  • Aprender a navegar la tristeza, la ira o el miedo puede fortalecernos y aumentar nuestra resiliencia. Al reprimirlas, nos perdemos de las oportunidades de crecimiento que surge de sentirlas.

¿Y cuáles son las consecuencias de esta ilusión en nuestra sociedad?

  • Generamos una expectativa de estar siempre en control y nunca cometer errores. Esto puede generar altos niveles de ansiedad, ya que la perfección es inalcanzable y puede crear un ciclo de autocrítica.
  • Podemos alejarnos de las relaciones sociales y las oportunidades de conexión emocional en nuestro intento de obtener una tranquilidad perpetua.
  • Reprimir por largo tiempo nuestras emociones puede llevar a una sobrecarga emocional acumulada. Eventualmente, estas emociones reprimidas pueden estallar en formas inesperadas y perjudiciales.
  • Puede llevarnos a una sensación constante de frustración y desilusión, ya que la vida, por su propia naturaleza, no es completamente predecible ni controlable.
  • Podemos presentar dificultades para enfrentar desafíos y crecer de las adversidades. La capacidad de resiliencia puede verse limitada por la búsqueda constante de la calma.
Todos sabemos que es importante gestionar nuestras emociones, y en la actualidad se asume como una tarea que todos debemos trabajar. Aquí cobra relevancia la “regulación” del sistema nervioso, la base biológica por la cual sentimos, pensamos y nos comportamos de cierto modo. Este es uno de los sistemas más complejos y vitales en el cuerpo humano, que controla una amplia gama de funciones, desde el latido del corazón hasta la percepción sensorial y el pensamiento consciente.

¿Por qué es importante conocer esto?

La regulación y desregulación de este sistema nervioso desempeña un papel fundamental en la salud mental y el funcionamiento del organismo, y aunque a primera vista puedan parecer opuestas, ambas son esenciales y, contrario a lo que se nos ha vendido durante los últimos años, no deben considerarse un problema en sí mismas. Y es que esa compleja red de neuronas y conexiones evolucionó para ayudarnos a conectarnos, movilizarnos o desconectarnos en función de las señales de nuestro entorno.

Estar “regulado” implica estar dentro de una ventana de tolerancia a los estímulos, en nuestro óptimo y equilibrado nivel de funcionamiento diario, lo cual quiere decir que somos capaces de responder asertivamente y alineados a nuestros valores. La “desregulación” es también una respuesta biológicamente normal, usualmente de angustia, a una amenaza o peligro. No es un defecto de carácter como nos han hecho creer. Cuando nuestras circunstancias internas o externas cambian, es esperable que salgamos de ese equilibrio biológico, y por ende experimentemos emociones incómodas y dolorosas.

Bajo estos conceptos, buscar una calma constante es como esperar una regulación 24 horas al día, 7 días a la semana, lo cual es una ilusión. Es antinatural pretender que se puede mantener un estado regulado frente a las señales de peligro, y todos podemos estar de acuerdo en que nuestro mundo actual experimenta mucho de eso (guerras, violencia, caos, etc).

La desregulación, en ese sentido, es una parte crucial de la vida humana. A corto plazo es necesaria para adaptarnos a situaciones específicas, brinda información importante sobre nuestro medio ambiente para crecer. Sin embargo, la desregulación 24 horas al día, 7 días a la semana es un tipo de sufrimiento muy grande. Entonces, lo que realmente impacta nuestra biología es estar atrapados en estados desregulados durante un tiempo prolongado.

La “calma constante” es una ilusión porque va en contra de nuestra biología. Tanto la regulación como la desregulación son necesarias y tienen un propósito, ambas reflejan los cambios en nuestro entorno interno y externo, y ninguna es intrínsecamente mejor que la otra. Un sistema nervioso sano fluye de un lado a otro con cierta regularidad, ya que responde a nuestra conciencia del constante cambio del peligro a la seguridad y viceversa. Esto no es un error, es una característica de supervivencia.

El problema no radica en la existencia de ambas, sino en su duración y gravedad. La desregulación crónica o extrema puede ser perjudicial, al igual que una regulación excesiva (sobrerregularnos) que impide la capacidad de procesamiento de la vida. Si bien es absolutamente útil tener herramientas para aliviar la angustia, si nos avergonzamos y nos culpamos por estar desregulados (por ejemplo: no poder mantener una sonrisa ante la adversidad), es más probable que nos quedemos atrapados en ese estado.

Lo cierto es que la vida es muy dura y no estamos obligados a convencernos de lo contrario, ni a pretender tranquilidad o mostrarnos imperturbables frente a todas las situaciones adversas que nos aquejan. Algunas circunstancias y eventos simplemente son difíciles de procesar, y parte de ello es que nuestro cuerpo experimente una serie de respuestas biológicas, como nuestras emociones, que necesitan seguir su curso y ritmo natural. Merecemos nuestro permiso para navegar todo lo que vivimos tal y como es, sin culpa ni máscaras.

En lugar de perseguir una calma constante, nos sirve más como especie comenzar a abrazar la realidad de que la vida tiene altibajos, y cultivar una actitud de aceptación hacia las fluctuaciones de nuestro sistema interno como parte de la experiencia humana, lo que implica aceptar nuestra naturaleza. Curiosamente, aquello que más nos duele contiene información valiosa sobre nuestras necesidades, deseos y preocupaciones y todo lo que es verdaderamente importante para nosotros.

“Nuestras emociones son como olas, a veces turbulentas y a veces en calma, pero todas forman parte del mar de nuestra humanidad”.

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