Por años hemos analizado el sufrimiento y hemos llegado a la conclusión de que las personas que sufren emocionalmente deben estar enfermas y, peor aún, que es su culpa estarlo. Si alguna vez ha habido tiempo para un cambio en la forma en que conceptualizamos la salud mental, ese momento es ahora. 

Por Ana Paula Chávez

Todos experimentamos cantidades abrumadoras de estrés a diario y nadie sabe qué hacer con ello. A todos nos impacta el trauma de una u otra manera a lo largo de nuestra vida, y no somos conscientes de ello. El estudio de la salud mental ha despertado esta realidad y se ha empezado a apoyar en disciplinas como la neurociencia, la anatomía y la fisiología del sistema nervioso, la antropología y la sociología, para expandir sus horizontes.

El auge de lo que llamamos una salud mental informada en trauma responde a una creciente demanda de atención y tratamiento post-pandemia que dejó a proveedores del campo inconformes y cuestionando lo que las formaciones tradicionales les ofrecen; y a la contundente investigación sobre el impacto duradero de las experiencias adversas de la infancia (CDC, 2023) que por años ha sido ignorada por los grandes sistemas y organizaciones.

“Un programa, organización o sistema informado sobre el trauma se da cuenta del impacto generalizado del trauma y comprende los posibles caminos para la recuperación; reconoce los signos y síntomas de trauma en clientes, familias, personal y otras personas involucradas con el sistema; y responde integrando plenamente el conocimiento sobre el trauma en las políticas, los procedimientos y la práctica; y busca resistir activamente la retraumatización” (SAMHSA, 2014).

Son muchas las experiencias entendidas como “diagnósticos” en salud mental que constituyen, en su origen, respuestas a problemáticas vinculadas al trauma y al contexto sociocultural y relacional durante el desarrollo. Aquí propongo 4 razones por las que este cambio de paradigma es más necesario que nunca:

1. Etiquetamos como enfermedad aquello que es humano

La atención en salud mental actual está fundamentada en un enfoque patogénico, el cual se centra principalmente en el diagnóstico y tratamiento de trastornos psicológicos. Está orientado a problemas, buscando identificar y mitigar las causas y síntomas. De este modo, patologiza el sufrimiento como desequilibrio químico y etiqueta las experiencias en “trastornos”, en base a lo que consideran “anormal” vs. lo “normal”. Pero es inverosímil que alguien pierda un hijo y se le diagnostique con un trastorno de duelo complejo persistente, o que alguien sea testigo o experimente violencia y se le considere “enfermo” cuando tiene estrés postraumático. Es inverosímil que no se etiquete más bien a aquello que experimentaron como lo anormal. 

Lamentablemente, los terapeutas y psicólogos somos entrenados bajo este modelo, a menudo perdiendo de vista a los seres humanos que tenemos al frente, y de atender también a sus fortalezas y capacidades. Esto significa que perdemos nuestra compasión y olvidamos el hecho sorprendente de que al sufrir, simplemente estamos mostrando nuestra humanidad, así como nuestra capacidad de resiliencia.

2. La huella dolorosa del enfoque biomédico

Para el modelo médico tradicional, la enfermedad constituye una desviación de la norma y la solución recae en la reducción de síntomas. Bajo esta mirada, los consultantes, al estar “enfermos”, necesitan de ese profesional (relación de poder) y pierden autoridad para decidir sobre sus cuerpos y procesos, lo cual los expone a la violencia o retraumatización en los mismos espacios que deben cuidarlos. 

Aquellos que no “encajan” en los modelos estandarizados de tratamiento, son tildados de “resistentes”; agravando la culpa, vergüenza y desesperanza que buscaban aliviar. Lo correcto es que sean los servicios de salud mental los que diseñen el cuidado en base a las necesidades y contexto individual de sus usuarios. El siguiente párrafo resume esta problemática.

“En la práctica, cuando las experiencias y los problemas se consideran médicos en lugar de sociales, políticos o existenciales, las respuestas se centran en intervenciones a nivel individual que apuntan a devolver a un individuo a un nivel de funcionamiento dentro de un sistema social en lugar de abordar los legados del sufrimiento. y el cambio necesario para contrarrestar ese sufrimiento a nivel social. Además, la medicalización corre el riesgo de legitimar prácticas coercitivas que violan los derechos humanos y puede afianzar aún más la discriminación contra grupos que ya se encuentran en una situación marginada a lo largo de sus vidas y a través de generaciones” (Dainius Pūras, 2020).

3. Salud mental es más que la dimensión psicológica dominante

Una de las lecciones de importancia crítica que el mundo ha aprendido en 2020 es la importancia de las conversaciones globales, el activismo por la justicia social y la cooperación comunitaria. La COVID-19 ha demostrado cruelmente nuestra interconexión, nuestra humanidad compartida y nuestro sufrimiento compartido. Ha iluminado igualmente la injusticia de nuestros sistemas económicos y políticos, y la crueldad de la desigualdad y la discriminación sistémica que han producido.

A diferencia de un enfoque patogénico, el enfoque salutogénico informado en trauma, basado en el concepto de “salutogénesis” (origen de la salud), es un marco para la práctica en salud mental que conversa con un modelo social y orientado a los derechos humanos. Considera la salud como un continuo y no como un estado binario (enfermo o no enfermo), y toma en cuenta los determinantes sociales como comunitarios, los entornos políticos y económicos que nutren o dañan. Dada la complejidad de todos los aspectos transversales a la salud mental, se alimenta de otras disciplinas y voces históricamente ignoradas, dejando de priorizar el conocimiento médico como único experto en la materia.

Así, se aleja de la búsqueda de aquello que falla en la persona, y amplía la comprensión del comportamiento dentro del contexto, como una respuesta esperable y biológicamente correcta a la historia y experiencias de vida, en lugar de mirarla como “conducta problema”. Este conocimiento se comunica al paciente en la práctica, aliviando gran parte de la vergüenza y culpa.

4. Centrarse en las capacidades de las personas hace la diferencia

En más ocasiones de las que me gustaría admitir, he observado que los profesionales no creen realmente en la capacidad de sus clientes. La formación en el campo profesional se ha centrado decididamente en la miseria humana. La salutogénesis mantiene la visión de que las personas tienen una capacidad natural para hacer frente al estrés y la adversidad, y se enfoca en ayudar a que la descubran por sí mismas.

El nuevo paradigma cambia el foco a promover y mejorar la salud y el bienestar general, en lugar de solo tratar los síntomas negativos. Esto incluye valorar todo aquello que hacen bien los pacientes, cada intento y acción que les ha traído acá, incluso si no es lo convencionalmente terapéutico. Son ellos los participantes activos de su proceso, y sus terapeutas los acompañantes de su viaje, que buscan generar un sentido de esperanza y agencia, donde se respeten sus derechos y se aliente la toma de decisiones.

Un gran grupo de estudiantes, profesionales, y organizaciones de salud mental están desarrollando una actitud autocrítica y un cuestionamiento a la cultura y normas predominantes en salud, mientras que construyen una aproximación que prioriza la seguridad y humanidad, y abre la puerta a todo aquello que aporte a la atención integral. Estos esfuerzos necesitan expandirse hasta lograr un cambio sistemático por y para aquellos que más sufren, para que nunca más sean heridos en los mismos espacios a los que van a pedir ayuda. 

Si quieres conocer más acerca de este enfoque y nueva visión de la salud mental, te invito a seguir a Resilie – Centro Peruano de Psicotraumatología en Instagram y Facebook.

Referencias:

  • Adverse Childhood Experiences (ACEs) – Centers for Disease Control and Prevention (2023)
  • Bringing Human Rights to Mental Health Care: An Interview with UN Envoy Dainius Pūras – Mad in America (2020)
  • Introduction: A “Paradigm Shift” in Mental Health Care – Cambridge University Press (2021)
  • Trauma-Informed Care in Behavioral Health Services – Substance Abuse and Mental Health Services Administration, SAMHSA (2014)

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