¿Qué tan “mala” puede ser la familia que se estaría mejor sin ella en la vida? ¿Qué puede llevarnos a decidir no ser cercanos a las personas a las que “deberíamos” amar?  Distanciarse es doloroso, incluso si la decisión fue la correcta. Pero el aislamiento, la incomprensión de otros y los sentimientos complicados lo convierten en una experiencia extremadamente compleja.

Por Ana Paula Chávez

Los seres humanos dependemos de nuestros padres para que nos guíen y nos ofrezcan un marco acerca de la vida que nos permita convertirnos en adultos sanos. Desde niños nos enseñan que las mamás y los papás siempre aman a sus hijos. Por ende, asumimos que todo lo que hacen nuestros padres (o quien nos cuida) es la definición de amor. Sin embargo, existen familias que hieren profundamente y que no siempre quieren lo mejor para uno a menos que calce con sus expectativas y rígido funcionamiento.

En nuestra sociedad, hablar de distanciamiento o relaciones tensa con la familia es incomprendido y criticado. Abundan las frases como “papá es papá/mamá es mamá” o “la familia siempre es primero”. Los ideales de “familia feliz” mantienen a personas en situaciones de abuso y miseria emocional en sus hogares. Además, existe una discrepancia generacional en torno a una sola palabra: respeto. Las personas mayores lo equiparan con la obediencia ciega, mientras que las generaciones más jóvenes lo valoran como aceptación, amabilidad y empatía.

En familias altamente disfuncionales el “respeto” implica también: no desafiar a la autoridad, no hacer preguntas, nunca desafiar las normas (cómo nos vestimos, con quién nos asociamos, en qué creemos). Los mayores pueden tratarte como quieran y tú debes mostrar respeto a cambio, los límites se basan en la autoridad y el respeto en la edad, en lugar de en la madurez o el comportamiento. Existen infancias en donde el respeto es condicional: solo se da cuando se hacen las cosas “bien” y los niños aprenden a ocultar partes de sí mismos para ser aceptados.

Estas familias tienden a tener una cosa en común: fingen. Hacen como que nada pasa, no sienten, no hablan y no cambian. Los miembros tienen dos opciones: continuar desempeñando un papel en la disfunción y mantener la falsa “paz”, o ser el cambio que el sistema necesita y correr el riesgo de ser abandonados o aislados. Tristemente la persona que mencione lo que ocurre en una familia será llamada “soplón”, “loco” o “débil” por aquellos que quieren que las historias permanezcan en la oscuridad. Aquellos que han pasado por un dolor similar y aquellos que no tendrán que hacerlo porque alguien habló, los llamarán rompedores de ciclo.

Nunca he escuchado una historia de distanciamiento que no me rompa el corazón. Todo el mundo quiere amor y apoyo de su familia. Por lo general, las personas no se distancian de la noche a la mañana. Es un camino largo y sinuoso de límites, negatividad sostenida e innumerables intentos de reconciliación hasta que uno de los miembros se da cuenta de que se está ahogando tratando de salvar a otros o reprimir todo, y se ve en la posición de hacer alguna de las siguientes cosas:

  • Eligen deliberadamente el distanciamiento porque no pueden seguir participando en una dinámica disfuncional. Es un acto de autoconservación y una decisión de poner fin a un patrón generacional disfuncional. Este tipo de alejamiento puede resultar útil y empoderador.
  • Caen en el distanciamiento rápido para evitar el dolor, las conversaciones difíciles o la responsabilidad personal. En este distanciamiento se siente más fácil vivir como si la otra persona no existiera.
  • Solo conocen la indiferencia o la apatía, y el alejamiento deja mucha confusión y preguntas sin respuestas.
  • Se alejan porque los padres dicen explícitamente o mediante su comportamiento: “solo te amaré y aceptaré si haces determinada cosa”.
  • Se distancian porque ya fueron abandonados muchas veces antes.

Cuando un hijo adulto reflexiona sobre su vida, los padres sienten que están “reescribiendo la historia”. Su perspectiva suele verse como la verdad y la versión del hijo como un relato dramático y manipulador del pasado. Hay múltiples perspectivas y realidades, pero la dinámica de poder entre padres e hijos hace que sea aún más complicado y matizado. Aunque la culpa no siempre es de los padres, debemos reflexionar sobre cómo nos comunicamos acerca de este tema.

A los hijos adultos se les dice constantemente que sean agradecidos, que dejen de quejarse y acepten que sus padres hicieron lo mejor que pudieron. Añadido a esto se genera una presión de perdonar y olvidar. Pero, ¿el perdón que se nos impone es un verdadero perdón? Los padres normalmente no sienten lo mismo. Es menos común que ellos digan: aquí es donde cometí un error, mi hijo también estaba haciendo lo mejor que pudo, me esforcé y podría haber hecho algo diferente. Siempre es “pero son tus padres” y rara vez es “pero son tus hijos”. Se dice a los hijos “los extrañarás cuando se hayan ido”, pero, ¿acaso se dice a los padres “te estás perdiendo de su vida ahora”?

Lamentablemente se piensa en la relación hijo adulto – padre de una manera particular y única, como en ninguna otra circunstancia. Se dice “es responsabilidad del hijo procesarlo, no que los padres lo arreglen. La madurez emocional es no devolverle todo a los padres para que lo sanen”. No existe otra relación donde alguien sea abusado o lastimado en la que se diga “ellos hicieron lo mejor que pudieron y si te lastimaste, ese es tu problema, te toca resolverlo”.

“Todos los padres dañan a sus hijos. No se puede evitar. La juventud, como el cristal inmaculado, absorbe las huellas de sus manipuladores. Algunos padres dejan manchas, otros lo agrietan, unos pocos destrozan la infancia por completo en pequeños pedazos irregulares, sin posibilidad de reparación”. (Mitch Albom, 2003)

Existe la idea errónea de que si un padre valida la perspectiva de su hijo adulto, significa que está aceptando que fue un “mal padre” o asumiendo la culpa. Al mismo tiempo, es importante que cuando pensemos en la infancia recordemos que es trabajo de los padres descubrir cómo ser los padres que necesita su niño. No es trabajo del niño descubrir cómo ser un “buen niño” para ese padre.

En realidad, los adultos que han tenido relaciones tensas con sus padres normalmente quieren escuchar cosas como: “Lo siento”; “Eso no debería haber sucedido”; “Te amo y quiero una buena relación contigo”; “Quiero entender tu perspectiva”; “No puedo arreglar cómo te fallé en el pasado, pero, ¿qué puedo hacer para ayudarte ahora mismo?”; “Estoy dispuesto a trabajar en cosas difíciles para reparar nuestra relación”; “Es muy difícil hablar de esto, pero tú lo vales”.

Que los miembros de una familia se conviertan en extraños es una experiencia profundamente dolorosa para el hijo adulto. Es una experiencia dolorosa saber que algo anda mal y que te digan que no sientas nada al respecto, que eres dramático o que estás exagerando, y luego descubrir que tu miedo y tu desconfianza estaban en lo correcto todo el tiempo.

En una situación ideal con madurez emocional, todas las partes podrían colaborar y co-crear la reparación, y los padres terminarían sanando mucho de su infancia también. Serían capaces de dar espacio a dos realidades: reconocer lo que hicieron y lo que se esforzaron y también reconocer cómo sus hijos se vieron afectados por algunas de sus acciones.

Aún así, solo hay una oportunidad de tener un cuidador presente y cariñoso durante la niñez. Y es posible que toda la sanación y terapia del mundo nunca borre por completo la necesidad de demostrar la propia valía a alguien que no estuvo allí. Ciertas cosas van a ser difíciles para siempre.

Pero llega un momento en el que estos hijos deben afrontar una verdad muy dolorosa: sus padres son incapaces o no están dispuestos a ser las personas que necesitan que sean. Algunos miembros adultos de la familia simplemente nunca les tratarán con el respeto, el amor o el cuidado que desean y necesitan. Para algunos, sus padres no son las personas que más los aman. Algunos hijos los aman tanto como los resienten. Para muchos, sus padres no son su espacio seguro. Aceptar esta parte de sus vidas puede ser tan desafiante como liberador. Hacer valer su historia y sus sentimientos, que fueron sistemáticamente ignorados y callados, puede cambiarlo todo. La buena noticia es que estos mismos hijos conforman la nueva generación de padres que están criando mejor que los suyos.

Referencias:

  • Adult Children of Emotionally Immature Parents: How to Heal from Distant, Rejecting, or Self-Involved Parents – Lindsay C. Gibson (2015)
  • Las cinco personas que encontrarás en el cielo – Mitch Albom (2003)
  • Rules of Estrangement: Why Adult Children Cut Ties and How to Heal the Conflict – Joshua Coleman (2021)

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