La palabra suicidio puede intimidarnos y asustarnos. Sin embargo, las vidas que esta problemática impacta hacen cada vez más necesario que tengamos conversaciones seguras y sensibles, y nos replanteemos en qué tipo de mundo vivimos.

 Por Ana Paula Chávez

*Aviso de contenido sensible: En esta columna me dedicaré a visibilizar información sobre suicidio y duelo. Por eso, si crees que podría ser un detonante para ti, por favor, evita leerla o hazlo en compañía de alguien más. Si tienes pensamientos sobre acabar con tu vida, no dudes en pedir ayuda y buscar guía profesional, comunícate a la línea 113 del MINSA.

El 10 de septiembre es el Día Mundial de la Prevención del Suicidio. El suicidio es un problema de salud pública importante pero a menudo descuidado, rodeado de estigma, mitos y tabúes. Cada año, más de 700,000 personas se suicidan, lo que corresponde a una muerte cada 40 segundos. En 2019 fue la cuarta causa de muerte en el grupo etario de 15 a 29 años en todo el mundo (OMS, 2021).

Cada caso representa una tragedia que afecta gravemente y puede tener efectos duraderos no sólo en los individuos, sino en sus familias y comunidades. Cada una de esas cifras tienen rostros y una historia de lucha detrás.

La conducta suicida es un fenómeno mucho más complejo de lo que se cree, en el que influyen factores psicológicos, biológicos, sociales, culturales y ambientales que pueden afectar a personas de cualquier edad, género, cultura o grupo social. Existen ciertos factores y acontecimientos vitales que pueden aumentar la vulnerabilidad: antecedentes familiares, afecciones de salud mental, intentos previos, experiencias infantiles adversas y traumáticas. La pandemia de COVID-19 ha contribuido a aumentar la sensación de aislamiento y vulnerabilidad. Desde su inicio, más individuos experimentan pérdida, sufrimiento y estrés.

Pero el mayor problema recae en la estigmatización de los trastornos mentales y el suicidio, que disuade de buscar ayuda a quienes lo han pensado o intentado. Evita que tanto los familiares como los gobiernos traten el tema de forma abierta y efectiva. Hasta hoy, solo unos pocos países han incluido la prevención del suicidio como prioridad en sus políticas de salud y solo 38 cuentan con una estrategia nacional de prevención específica (NIHM, 2023).

Sumado a esto, la atención primaria en salud no está debidamente equipada para responder a estas emergencias psiquiátricas, lo cual es crucial para derivar a las instancias de apoyo correspondientes. Incluso muchas veces el mismo sistema de salud violenta a los pacientes, empeorando su condición. El morbo y el manejo inadecuado de noticias sobre suicidio son muy peligrosos. La marginación, prejuicios y discriminación de ciertos grupos conducen a la falta de acceso a tratamiento, dañando severamente la funcionalidad de quien necesita recuperarse.

Por todo esto, debemos empezar a ver a la prevención (antes de un suicidio) y la postvención (después de un suicidio) como nuestra responsabilidad social. Debemos dejar de ver el suicidio y su duelo como casos aislados o acciones netamente individuales y promover el deber que tenemos como comunidad de hacernos cargo del bienestar de todas las personas.

Para prevenir, una acción individual no hace la diferencia. La naturaleza multicausal de este fenómeno obliga a un abordaje sistémico, transversal y multisectorial en el que todos nos hacemos cargo. Prevenir es garantizar el acceso a la salud, educación y vivienda digna, reconocer los derechos humanos, ofrecer opciones concretas de mejora de calidad de vida, proteger a las infancias y erradicar la violencia a múltiples escalas (Así canta el Amaranto, 2022).

Las principales estrategias de prevención propuestas por el Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC, 2022) son:

  • Fortalecer los apoyos económicos
  • Crear entornos protectores
  • Mejorar el acceso y la prestación de atención al suicidio
  • Promover conexiones sociales saludables
  • Enseñar habilidades de afrontamiento y resolución de problemas
  • Identificar señales de alerta y apoyar a las personas en riesgo
  • Reducir los daños y prevenir riesgos futuros

Una de las respuestas más comunes ante la presencia de ideación suicida (hacia uno mismo y otros) es querer eliminarla y apagarla como se pueda. Eso a veces conlleva ignorar, cuestionar, juzgar, sermonear sobre la vida y la gratitud, enfrascarse en disuadir de la opción sin más. Una respuesta sensible implica saber escuchar el sufrimiento y ofrecer un espacio seguro a la historia que se esconde detrás del malestar, tolerando la incomodidad que implica no poder aliviarlo del todo.

¿Y si la prevención del suicidio no termina por prevenirlo? ¿Qué hay después de un fallecimiento por suicidio? Prevenir importa, pero todos los entornos deberían incorporar a la “postvención” como componente de un enfoque integral para prevenir el suicidio. La postvención, es decir, cuidar de los sobrevivientes, es prevención, pues ellos también luchan por seguir viviendo después de esta dolorosa experiencia.

Cuando una persona muere por suicidio, muchas otras quedan profundamente afectadas. Se estima que 115 personas están expuestas a cada muerte, y 1 de cada 5 informa que esta experiencia causó una alteración importante en su vida (National Action Alliance for Suicide Prevention, 2015).

Lastimosamente, parte del lenguaje utilizado para visibilizar y prevenir apela a la concientización a través de la culpa, lo cual termina por estigmatizar el duelo por suicidio. Decir que la vida queda arruinada, que no tendrá sentido si es que no se llega a prevenir, que no haber actuado será algo que persiga para siempre… son formas poco sensibles de invitar a la acción. Lo cierto es que:

  • Los sobrevivientes aprenden a vivir con el dolor, su vida continúa y también es valiosa. La postvención facilita el acompañamiento cuidadoso y sin presiones ni exigencias de todas sus respuestas (ambivalencia, aislamiento, alto riesgo de suicidio), incluidos los “¿por qué?” y los “y si…”.
  • Es importante hablar de suicidio después de una muerte, y tiene sentido amplificar y escuchar las voces de quienes se quedan para mitigar los efectos negativos de haber sido expuestos a tan dura circunstancia.
  • Debemos dejar la culpa individual para enfocar la responsabilidad en la comunidad entera, la cual debe ocuparse del tema del suicidio. La resiliencia es un proceso colectivo.

Cambiar la narrativa en torno al suicidio mediante la promoción de la esperanza y la sensibilidad es urgente. Demostrar mucho respeto y prudencia puede curar la mayor de las enfermedades sociales: el silencio indiferente y cruel. Ofrecer una compañía segura puede aliviar el gran miedo a ser aislado, avergonzado o hasta maltratado solo por estar sufriendo. Salvar una vida está bien, pero es nuestro deber como sociedad el hacer sentir a las personas que realmente tienen un lugar valioso entre nosotros, y crear un mundo en donde todos nos queramos quedar. Tengamos el coraje de decir:

“Estás en un lugar muy difícil y estoy ahí contigo”.

*Si tú o alguien que conoces necesita ayuda, comunícate a la línea 113 del MINSA.

Referencias:

  • Así canta el Amaranto https://www.instagram.com/asi_canta_el_amaranto/ (2022)
  • Prevention Strategies for Suicide – Centers for Disease Control and Prevention, CDC (2022)
  • Responding to Grief, Trauma, and Distress After a Suicide: U.S. National Guidelines – The National Action Alliance for Suicide Prevention (2015).
  • Suicide – National Institute of Mental Health, NIMH (2023)
  • Suicidio – Organización Mundial de la Salud, OMS (2021)

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