Existen historias de infancia dominadas por la discordia generalizada en la familia. Cuando los padres colocan a su hijo en el papel de mediador, amigo y/o cuidador, las heridas son profundas. Pero la recuperación es posible.

Por Ana Paula Chávez 

La parentalización se refiere a la inversión de roles entre padres e hijos. Ocurre cuando un niño es forzado a asumir responsabilidades parentales a una edad temprana, negándole así el cuidado y orientación necesarias, y depositando en su lugar una carga emocional que no está equipado para manejar. Su condición infantil impone restricciones intelectuales, emocionales e incluso físicas muy reales a su capacidad para cumplir, lo cual puede detonar respuestas punitivas, hostiles y exigentes por parte de los cuidadores. Puede ocurrir en cualquier hogar, en cualquier parte del mundo, donde los padres confían en que su hijo los atienda indefinidamente sin suficiente reciprocidad.

La idea del “hijo parental” aparece por primera vez a fines de 1960, cuando un grupo de psicólogos estadounidenses estudió la estructura familiar en situaciones de maternidad soltera, encarcelamiento, pobreza y drogas. Descubrieron que, a menudo, recaía en un niño actuar como el pegamento de dichas familias. El término “parentalización” fue acuñado en 1967 por el psiquiatra Salvador Minuchin, quien señaló que ocurría cuando los padres de facto delegan roles de crianza a los hijos. Desde entonces, el estudio del trauma infantil ha ampliado su entendimiento.

Este fenómeno tiene poco que ver con el amor e intención de los padres y mucho más con las circunstancias personales y estructurales que impiden que estos asuman sus tareas. Esto los hace incapaces de ver que es su hijo el que asume la responsabilidad de mantener la paz en la familia. Existen dos tipos:

  • Parentalización emocional: las necesidades emocionales y psicológicas del niño no son satisfechas, son mal reconocidas o ignoradas. Es forzado a intervenir en el conflicto marital o entre cuidadores, protegiendo a uno de los padres del otro; a ser el amigo y/o confidente/terapeuta del adulto; a modificar su comportamiento para apaciguarlo y hacerlo sentir seguro; a tratar de cuidarlo de sus propias emociones y a protegerlo de las consecuencias de sus propias malas decisiones; o tiende a convertirse en el chivo expiatorio donde se depositan todas las frustraciones.
  • Parentalización logística: el niño intenta satisfacer las necesidades físicas del cuidador o la familia. Se ve obligado a velar por la estabilidad médica, social y económica familiar. Por ejemplo: pagar cuentas, tareas complejas del hogar, compras, medicación, cuidar de hermanos menores. Las actividades no son apropiadas para su edad y puede luchar para completarlas. Ello reduce el tiempo necesario para el juego, la escuela, el sueño, etc.

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Divorcio, muerte, estrés financiero, migración, abuso de alcohol o de sustancias, condiciones físicas o mentales no tratadas, violencia, son algunos de los problemas que pueden estar en la base de esta dinámica. Otras veces se trata de una inmadurez emocional en los adultos, de su poca disponibilidad emocional. Y es por ello que debemos desaprender la suposición de que solo por el hecho de ser familia se está brindando el mejor y más seguro entorno.

Más allá de la naturaleza del problema, al ser considerado como aceptable y permanecer en el tiempo, se cierran las vías de intervención o reparación, bloqueando la comprensión del efecto que tiene en el niño. En su mente, normal o no, aprende que su deber es aplicar vendajes y bálsamos calmantes. Desarrolla un radar emocional afinado que busca quién necesita qué y cuándo. Aprende su lugar como el encargado de “hacer el trabajo psicológico” de los demás en su familia.

Esto es necesario para la propia supervivencia psicológica, pues no cuidar a los padres puede traer consecuencias: que se niegue el amor al niño hasta la violencia directa entre ellos, a la culpa que experimentará por no haberlo podido prevenir. En ese sentido, no hay oportunidad de entender que los problemas que está tratando de resolver no son suyos, o por qué continúan a pesar de su mejor esfuerzo.

Añadiendo a ello, en nuestra cultura los niños son recompensados ​​por ser lo más adultos posible: por tener total control de sí mismos, por manejar sus emociones, ​​por lucir y comportarse como todo menos como niños. Esto se traduce en frases como “eres muy maduro para tu edad”, “eres tan sabia para tu edad”, “eres muy responsable”.

La parentalización ocurre en un espectro y tiene el potencial de volverse catastrófica para un niño y su yo adulto. El desarrollo normal infantil se ve interrumpido y se puede experimentar una pérdida de la infancia, ya que el cuerpo se ve abrumado prematuramente por las responsabilidades. El niño parentalizado incurre en un costo para su propia estabilidad y desarrollo psíquico que impacta toda su vida:

  • Continuamente drenado de sus recursos emocionales y suprimiendo su sentir, experimenta niveles elevados de estrés y agotamiento emocional generalizado que afecta considerablemente su salud física.
  • Descuida sus necesidades y crece con un plan poco funcional para relacionarse, sintiendo que es su trabajo cuidar de todos. Esta dificultad para los límites le expone a relaciones poco saludables, a la búsqueda de vínculos donde una vez más se le exige tal papel, perpetuando y reforzando sus creencias, y rechaza a quienes paradójicamente encarnan lo que desea.
  • Forma vínculos basados en lo valioso que puede ser para otros. Reclama espacio en su vida a través de la complacencia y la ayuda inagotable. Lucha por recibir apoyo preocupado por ser percibido como necesitado o dramático.
  • No tiene la oportunidad de crear un sentido de sí mismo saludable (más allá de una personalidad abnegada) al haber estado demasiado ocupado cuidando a sus padres. En lugar de explorar y experimentar, resolvió, solucionó y anticipó problemas.
  • Aprende a desconectarse de los sentimientos dolorosos y las emociones en general a través de la disociación y la racionalización, lo cual impacta significativamente su salud mental.
  • Las peores consecuencias vienen en las relaciones románticas. Desarrolla un patrón de asumir o leer la mente del otro porque es un papel que ha hecho históricamente en su vida y que ha sido recompensado.
  • Lidia con la expresión de todo lo reprimido en la infancia en estallidos o lágrimas y/o una prontitud a la frustración.
  • Tiende a ser hiper independiente o autosuficiente, confiando únicamente en sí mismo, lo cual puede resultar en dificultades con la vulnerabilidad, la intimidad emocional y la formación de apegos seguros.
  • Uno de los mayores riesgos es la posibilidad de parentalizar a sus propios hijos y profundizar el ciclo de abandono, ya que ha acumulado cargas no resueltas y está agotado por ser padre de sus padres.

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Los efectos no siempre son tan evidentes. A menos que se interroguen, estas pistas pueden perderse y los patrones simplemente continuarán. Si pensamos en nuestro círculo adulto de conocidos, colegas y amigos probablemente incluya a algunos que cumplan con los requisitos: el compañero de trabajo demasiado responsable, el amigo siempre disponible, el que siempre parece estar agobiado por algo, pero se las arregla para atender todo a pesar de que nunca pide ayuda a cambio.

Para sanar la parentalización, dado que no implica necesariamente una mala infancia, ni es un fenómeno de todo o nada, puede ser útil identificar y circunscribirla: comprender qué sucedió, cómo está afectando y permitirse experimentar la validez de la propia narrativa. Con amabilidad y apoyo, esto equivale a reeducarse y reparentalizarse sanamente.

A menudo, son los propios padres los que han hecho que la persona piense que él/ella es el problema. Crecer con culpa es creer que se les “confió” con esta responsabilidad porque eran muy “maduros”, y fallaron. Tener conciencia de lo antinatural e injusto de dicha situación puede ser el comienzo. Es importante reconocer que sanar no va a provenir de la fuente del dolor: cambiar la perspectiva de los padres no es el objetivo. En cambio, es creer en su propia historia, validar su propio dolor y sanar a través de otras vías de apoyo.

Por último, si te identificas, es probable que tengas un trabajo de duelo profundo que hacer: los padres que no tuviste y que te merecías, lo que te perdiste cuando eras niño y cómo la relación con tus padres afecta la forma en que te relacionas con los demás. Deberás reconocer lo que sientes y dejar salir todo lo que nunca salió.

No hay nada vergonzoso en no haber sido adulto cuando eras niño. Incluso si los adultos que te rodean estaban decepcionados de que no pudieras hacer lo que te pedían. Incluso si sentías que era tu responsabilidad “salvarlos”.

No fue tu culpa, y que te cueste ahora, tampoco lo es. Los niños no pueden ser adultos y no se debe esperar que lo sean. Deberías haber sido comprendido y protegido. Tu papel en la familia debería haber sido respetado. Deberías haber podido ser un niño, sin ninguna vergüenza por tener que serlo. No fue tu culpa, y mereces descansar en el cuidado de otros ahora también.

Referencias:

  • Adult Children of Emotionally Immature Parents (2015) – Lindsay C. Gibson
  • Parentification – Whitney Goodman (2023)
  • The phenomenon of parentification: narratives from urban India – Nivida Chandra (2020)

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