Históricamente minimizado, mal comprendido, mal diagnosticado y pasado por alto por completo, el trauma complejo aunque oculto hacia afuera, vive dentro nuestro. Vivir con él puede hacer que las personas se sientan desesperanzadas y avergonzadas. A veces durante años. A menudo durante décadas. De vez en cuando, y trágicamente, durante toda la vida.

Por Ana Paula Chávez (@anapaulachavezc)

Cuando pensamos en trauma solemos imaginar un incidente único y catastrófico. Nuestra cultura es relativamente mejor a la hora de reconocer este trauma manifiesto, observable y que lo cambia todo de pronto. Y aunque este se asocia con el trastorno de estrés postraumático (TEPT), es el trauma complejo el que en realidad causa mayores estragos en el ser humano.

Para empezar a entender esta vivencia, debemos aclarar que es más que simplemente algo “malo” que sucedió. El trauma complejo representa una historia de sufrimiento viviendo en el cuerpo y la mente. La siguiente definición propuesta por The National Child Traumatic Stress Network (2023) lo explica de forma precisa:

El trauma complejo describe tanto la exposición duradera y recurrente a múltiples eventos traumáticos (a menudo de naturaleza interpersonal e invasiva) como los efectos de amplio alcance y largo plazo de esta exposición. Estos acontecimientos son graves y generalizados, como el abuso o la negligencia profunda. Por lo general, ocurren temprano en la vida y pueden alterar muchos aspectos del desarrollo del niño y la formación del sentido de sí mismo. Dado que estos eventos suelen ocurrir con un cuidador, interfieren con la capacidad para formar un apego seguro. Muchos aspectos del desarrollo físico y mental saludable dependen de esta fuente principal de seguridad y estabilidad.

A esto se añaden los patrones de riesgo y disfunción que afligen a generaciones de familias, así como las formas estructurales e institucionales de violencia y opresión que acosan a ciertos pueblos y comunidades.

Una cosa que hace que el trauma complejo sea precisamente “complejo” es que es ineludible o, al menos, experimentado como ineludible. Un ejemplo de esto es el niño que sufre abuso en casa. Cuando somos niños, no podemos optar por no pertenecer a la familia, incluso si sufrimos abuso, la necesitamos para sobrevivir.

Al entrelazarse con nuestras relaciones más importantes, como el abuso o la negligencia por parte de un padre o cuidador, los hechos son particularmente dañinos (y complejos) porque los padres no son cualquiera. Son quienes se supone que deben amarte y protegerte más que nadie. Es igual el abuso por parte de un gurú espiritual, un miembro de la iglesia, un terapeuta o un mentor, no son extraños: son personas íntimamente involucradas con ámbitos importantes de nuestra vida.

Una característica que se pasa por alto es que el trauma complejo casi siempre implica traición: las personas que deberían habernos apoyado, no lo hicieron. Las personas que se suponía que nos darían el beneficio de la duda, no lo hicieron. Las personas que se suponía que estaban de nuestro lado, no lo estaban.

El trauma complejo ocurre durante el tiempo. Los traumas catastróficos suelen ocurren en un instante: hay un “antes” y un “después” fácilmente identificables. El trauma complejo no tiene un comienzo y un final tan bien definidos. Por el contrario, ocurre a largo plazo. Un ejemplo común es el abuso familiar o violencia doméstica que aumenta con el paso de los años.

Es relativamente más fácil observar los cambios en nuestro sistema nervioso antes y después de un evento catastrófico, pero cuando el trauma ocurre día tras día y nos vemos obligados a adaptarnos a él (y a ocultarlo) es más difícil ver cómo nos impacta día tras día, año tras año.

Aún así, se ha establecido inequívocamente a través de investigaciones neurocientíficas y clínicas que la exposición prolongada o grave a un trauma interpersonal dentro de las relaciones de apego causa cambios fundamentales en:

  • El desarrollo cerebral
  • La neuroquímica
  • La respuesta fisiológica al estrés
  • Alteraciones asociadas en la identidad, el comportamiento, la autorregulación y las relaciones como parte de los esfuerzos de la persona por soportar, escapar y dar sentido a estas experiencias.

Desafortunadamente, no es raro que en entornos de tratamiento a los sobrevivientes se les asigne hasta ocho diagnósticos psiquiátricos “comórbidos” en un intento de explicar la variedad de efectos neurobiológicos y adaptaciones de supervivencia al trauma complejo.

Una mirada diferente hacia la salud, lejos de la patología, las etiquetas y el estigma, reconoce que estas manifestaciones no pueden entenderse de forma aislada, sino que deben considerarse en el contexto del tremendo esfuerzo de estas personas para manejar y adaptarse a las adversidades significativas de la vida. Esto lleva a:

  • Reexaminar los comportamientos de un individuo. Por ejemplo: agresión, autolesión, mentir, renunciar a uno mismo
  • Dificultades interpersonales. Por ejemplo: alejar a las personas sanas y seguras, repetir continuamente errores del pasado en las relaciones.
  • Identidad y autoimagen. Por ejemplo: odio a uno mismo, confusión de identidad, sentido fragmentado de uno mismo.
  • Diagnósticos psiquiátricos. Por ejemplo: trastornos alimentarios, adictivos y de atención.

Todas estas dificultades pueden verse (parcial o completamente caso por caso) como estrategias adaptativas para sobrevivir a experiencias abrumadoras y prepararse para la amenaza constante en un mundo hostil. El verdadero problema reside en la insistencia errónea del sistema de dar respuestas binarias a un problema multidimensional. Mientras más información hay sobre trauma, más obligatorio es que los paradigmas médicos y de diagnóstico obsoletos se actualicen.

Cuando los diagnósticos, tratamientos o medicamentos asignados siguen sin funcionar, la mayoría de las personas no pueden evitar empezar a sospechar que pueden ser incurables, que algo anda realmente mal con ellos. Muchos toman el asunto en sus propias manos, buscando medidas desesperadas para sentirse vivos, calmar el dolor, el autodesprecio y el terror, o simplemente desaparecer.

Las medidas desesperadas a menudo traen complicaciones adicionales y consecuencias no deseadas, y el mundo exterior las reconoce únicamente por el riesgo que entrañan, la irresponsabilidad que transmiten y la destrucción que acarrean. Con el tiempo, muchos llegan a creer que ellos deben ser los culpables de lo mucho que les duele, de lo desordenada que se ha vuelto su vida. Llegan a pensar que el monstruo es real y que está dentro de ellos. Que son ellos.

Pero una vez que aprendes qué es el trauma complejo desde una perspectiva verdaderamente informada y te das cuenta de cuán arraigado está en la sociedad y cuán prevalente es en el mundo (y potencialmente en tu propia vida), ya no puedes dejar de verlo.

Las personas pueden recuperarse, y de hecho lo hacen. Y la buena noticia es que nunca es demasiado tarde. Esto no significa que sea fácil o que podamos simplemente descartar las experiencias traumáticas. Pero sí significa que existe esperanza para la sanación.

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Referencias:

  • Complex trauma – The National Child Traumatic Stress Network (2023)
  • Trauma Competency for the 21st Century: A Salutogenic “Active Ingredients” Approach to Treatment – Robert Rhoton y Eric Gentry (2021)
  • What is complex trauma? – Blue Knot Foundation: National Centre of Excellence for Complex Trauma (2023)

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