Parece que nuestros procesos de crecimiento personal son un ciclo sin fin. Estamos expuestos a mensajes que señalan todo aquello que podemos estar haciendo mejor y nos ofrecen la solución a nuestras fallas, a todo lo que creemos tener mal. Nos prometen que si cumplimos con ciertas tareas y rutinas llegaremos a esa gran cumbre en la cual estaremos, por fin, “sanos”.
Por Ana Paula Chávez
Todos llevamos dentro el impulso hacia la salud y el bienestar, y últimamente hemos desarrollado un afán importante por considerar más el autocuidado, el sanarse y priorizarse a uno mismo. A primera vista, esto significa la creciente madurez de nuestra cultura y el deseo de evolucionar espiritual y mentalmente. Como concepto preempaquetado, se vende bien y todos quieren comprarlo. Pero, ¿qué sucede cuando realmente llevas el concepto a casa y lo pruebas?
He visto a muchos amigos e incluso consultantes llenarse de productos de autoayuda que garantizan llevarlos al siguiente nivel de bienestar. Pero cada intento parece revelar otra herida. Cada mantra hace un marcado contraste entre el mundo interior de caos y ese breve momento de calma. Y es que todos llevamos dentro ese impulso hacia la salud, más no hacia la perfección.
La “superación personal crónica” es ese estado en el que sientes que “tienes que” estar constantemente reinventándote, sanando, siendo alguien cada vez mejor. En un mundo donde los estándares humanos de eficiencia y eficacia se miden todo el tiempo, el esfuerzo nunca parece ser suficiente.
En el peor de los casos, esta búsqueda de la sanación puede derivar en una evitación total de la vida, de las relaciones y del mismo autoconocimiento. Llenarnos de información nos brinda una falsa sensación de seguridad y sabiduría que puede satisfacernos temporalmente, hasta que el siguiente gran evento de la vida nos coloque frente a nuestra condición de seres humanos vulnerables.
El concepto de “sanar” se utiliza comercialmente, tergiversando y simplificando un proceso complejo y razonable hacia la salud, y reduciéndolo a una acción, actividad o producto, enganchando así a muchas personas que se encuentran en momentos muy difíciles y buscan desesperadamente una salida inmediata. El opuesto de sanar es estar enfermo, por lo cual la posible solución ofrecida lleva el mensaje implícito de que nos hace falta algo, pues estamos rotos o incompletos.
Desde siempre los humanos hemos querido ir más allá, ser mejores personas en todo sentido. Sin embargo, son las redes sociales las que han influido en que esto se convierta en una obsesión, a través del bombardeo de contenido sobre cómo se debe ver el trabajo personal, generando inevitablemente expectativas sociales.
Desde journaling, meditación, yoga, entre otros; tantas opciones y vidas a las que podemos acceder fácilmente se presta a comparaciones con estos ideales aspiracionales bien pensados, creados y filtrados, casi imposibles de lograr y/o sostener en todo contexto. Con cada nuevo post que aparece por nuestro algoritmo confirmamos nuestra insuficiencia y se crea la necesidad de una nueva vida y una insatisfacción profunda por el punto en el que nos encontramos.
La rutina perfecta de las 5 a.m., los hábitos excelentes, la productividad a tope, las ganas de cambiar el mundo, el empujarse a uno mismo a crear cosas grandiosas. Todo esto es celebrado. Ir al propio ritmo, por el contrario, escuchar y respetar las propias necesidades, no. De pronto “sanar” se traduce en una lista de exigencias más y su búsqueda implacable nos roba más bienestar del que promete dar.
Lo cierto es que todos somos susceptibles de que la vida nos rompa un poco o mucho, y nos gusta fingir y demostrar que no lo estamos cuando eso es todo lo que tenemos en común. Con la obsesión por el crecimiento personal nos enfocamos en demostrar al mundo que somos estas personas logradas o superadas y nos olvidamos de la esencia de la humanidad: la imperfección. Brené Brown, investigadora en vulnerabilidad y emociones, resume muy bien en su libro Los Dones de la Imperfección (2010) aquello a lo que realmente debemos aspirar:
“La autenticidad es la práctica diaria de dejar ir lo que pensamos que deberíamos ser y abrazar lo que realmente somos”.
Esta autoconciencia excesiva que hemos desarrollado y que nos lleva a estar mucho “en la cabeza”, nos roba la oportunidad de ser auténticos, de implementar y encarnar todo eso que aprendemos. El aislamiento por “sanar” es real, no querer arriesgar ni arruinar tu “paz” al salir de casa o exponerte a nuevas situaciones. Pero esa “paz” no es la vida real. La vida real es ser confrontados con verdades y circunstancias de todo tipo, experimentar sensaciones que agradan y que espantan, conocer personas que nos despiertan algo mágico y otras que nos hieren. Eso es vivir.
En algún punto debemos empezar a vivir nuestras vidas como somos aquí y ahora. A dejar de esperar ser productos perfectos para merecerlo. Merecemos adentrarnos en la vida desde que venimos al mundo. En algún momento debemos dejar de esperar por un libro que solucione nuestros problemas, un episodio de podcast que nos de las respuestas que buscamos, escribir todo lo que sentimos una y otra vez… Todas estas cosas son complementos a nuestra vida. Debemos recordar que no somos algo que debe ser “cambiado” constantemente, que tenemos mucho por aportar (sobre todo a nosotros mismos), y que es importante que vivamos nuestras vidas hoy.
Que estés sanando o no, no es ni malo ni bueno. Nos conviene, más bien, mirar la vida como un viaje en el que sanar es solo una de nuestras tareas humanas. Ver a la terapia o cualquier otra modalidad de sanación como una herramienta. Enfocarnos en conexiones de la vida real, hacer espacio a nuestros sentimientos y pensamientos sin intentar hacer nada con ellos, y aceptar todas las partes que forman parte de nosotros. Sin integración a la realidad, nada de eso tiene sentido.
Al final, al igual que la felicidad, sanar no es un destino al cual llegar. Tienes permiso de estar orgulloso de hasta dónde has llegado, incluso si no es donde pensabas estar a este punto. Sin importar en dónde estés en tu viaje personal, eres suficiente. Hay que recordar que somos seres humanos y no problemas a arreglar.
“Ser nadie más que tú mismo en un mundo que está haciendo todo lo posible día y noche para que seas como todos los demás significa pelear la batalla más dura que cualquier ser humano puede pelear y nunca dejar de pelear”. (E.E. Cummings)
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