El pensamiento positivo y el “mirar el lado positivo de la vida” han sido empaquetados y vendidos como la cura para todos nuestros problemas. Si la clave para una vida plena es solo el pensamiento positivo, ¿por qué tantos de nosotros todavía somos miserables?

 Por Ana Paula Chávez

¿Te sientes molesto cuando la gente te aconseja con frases como «el tiempo cura todas las heridas» o «la vida nunca te dará más de lo que puedes manejar”? Cuando ves «vive, ríe, ama», ¿te hace preguntarte dónde están el resto de las opciones? ¿La frase “todo es cuestión de actitud” te irrita y te frustra? ¿O tal vez un completo extraño te ha dicho que sonrías y cambies de actitud, mientras estás pasando por la situación más complicada de tu vida? Puede ser, también, que hayas crecido escuchando “a mal tiempo buena cara”, o “piensa siempre positivo y atraerás solo cosas buenas a tu vida”.

Desde los slogans de publicidad, los mensajes que llevamos en camisetas “solo buenas vibras”, hasta el scrolling infinito de afirmaciones de Instagram bellamente diseñadas, y gurús que prometen que solo estás a un pensamiento positivo de una buena vida, estamos constantemente consumiendo mensajes de positividad con la esperanza de que nos ayuden a evitar experiencias y sentimientos difíciles.

La “positividad tóxica” postula que quejarse es peligroso y que sentirse negativo por cualquier cosa, incluidas las dificultades genuinas, la pérdida y la discriminación, solo invita a más cosas malas. Impone el pensamiento positivo como única solución a los problemas, exigiendo que la persona evite pensar o expresar emociones que llaman “negativas”. Esto es, en esencia, una forma de gaslighting. Le dice a la gente que lo que sienten no es real, que es erróneo y que son los únicos que se sienten así. Se puede manifestar de diversas formas:

  • Esfuerzo constante de desechar todos los pensamientos desagradables (que son tildados de “negativos”).
  • Sentimientos de culpabilidad por las verdaderas emociones que yacen detrás.
  • Actitud del tipo “debo ser fuerte, nada debería afectarme porque eso me va a enfermar”.
  • Cuando alguien está explicando algún problema, simplemente se le dice “mira el lado positivo” y se minimizan sus emociones.
  • “Todo sucede por una razón” como una forma de desestimar la experiencia de otras personas.

Para usar un ejemplo muy actual, no conozco a nadie que no haya sentido la presión de aprovechar algún tipo de «lado positivo» durante la crisis de salud global que hemos atravesado, que venía además con la incertidumbre financiera, además de múltiples crisis relacionadas con el cambio climático, además de los disturbios raciales, sociales y políticos.

En esta era de las redes sociales, donde todos los días vemos publicaciones de nuestros amigos o de personas influyentes mostrando vidas fantásticas, edulcoradas y artificiosamente felices, el estigma para sentir es aún más fuerte. Los contenidos digitales de salud mental y autoayuda están plagados de esto, vendiendo manuales que enganchan con esa necesidad nuestra de evadir el dolor a toda costa, por no mencionar la cantidad de libros de motivación que refuerzan esta suposición.

La felicidad es un estado emocional como cualquier otro. Sin embargo, no es extraño que en un mundo como el de ahora, donde prima la gratificación inmediata y el sentirse bien siempre, los otros sentimientos naturales y humanos hayan sido desterrados. Hay tres creencias erróneas que subyacen a esto:

  • Las emociones o son “positivas” o “negativas”.
  • Las emociones “negativas” son malas.
  • Somos la emoción que tenemos en el momento (entonces, si me siento triste, soy una persona triste, lo cual es desagradable pues es negativo).
  • Por ende, debemos erradicar toda sensación o emoción “negativa” que aparece.

Asimismo, la creencia de que atraemos cosas “negativas” si nos permitimos experimentar emociones desagradables por mucho tiempo (no existe una medida clara de lo que esto significa) genera una tremenda fobia a sentir. Esta fobia se oculta en actitudes distantes, en el actuar pulcro y casi perfecto, bajo una máscara de “fortaleza” porque suprimimos todo y de empoderamiento falso.

Curiosamente, a lo largo de nuestra evolución como especie, las emociones han sido nuestra principal brújula. Motivan nuestras acciones guiándonos hacia aquello que nos hace bien, nos alejan del peligro, nos conectan con lo que es valioso e importante, y nos ayudan a procesar la vida como tal. En la época de las cavernas, los seres humanos utilizaban el arte, los rituales y otros modos de expresión de sus sentimientos individuales y comunitarios. En la época moderna, realizamos juicios de valor de nuestra propia naturaleza, etiquetando como “negativo” o “positivo” a experiencias emocionales totalmente biológicas, correctas y normales.

Cuando no se acepta la existencia de algunos sentimientos se está negando lo que puede estar pasando, dejando ir la oportunidad de reconocer nuestras propias emociones y navegar la adversidad con serenidad y realismo. Este patrón viaja de generación en generación impactando nuestra visión y relaciones.

Aunque la intención sea otra, la positividad tóxica está fuertemente entretejida en casi todos los aspectos de nuestra cultura. La implacable tiranía del deber ser feliz y positivo pase lo que pase en la vida nos está costando mucho sufrimiento. Lo demandamos de nosotros mismos y también de otras personas, lo que se ha vuelto insano de muchas maneras.

Por ejemplo, en consulta psicológica un sentimiento muy reportado es el de la soledad. Es que el positivismo tóxico crea aislamiento, no permite que nos presentemos auténticamente en nuestras relaciones y por lo tanto hace que la gente se sienta sola. ¿Cómo se ve esto?

  • Intención de comunicación emocional: no se permite hablar sobre las cosas con las que están luchando.
  • Respuesta: al hablar del dolor se recibe una frase estilo «oh, no es tan grave, simplemente no te preocupes».
  • Consecuencia: no se vuelve a hablar más.

Las declaraciones bien intencionadas pueden minimizar o invalidar la experiencia de las personas y las comunidades cuando se usan en el contexto equivocado. La positividad tóxica aparece en muchas ocasiones, desde conversaciones sobre infertilidad, distanciamiento familiar, pérdida de trabajo y crianza de los hijos, solo por nombrar algunos.

Esta tendencia es la que lleva a muchos a evadir la tristeza por una muerte, a presionar diciendo, en otras palabras, que no está permitida (“a la persona no le gustaría verte así”, “ya está en un mejor lugar, no sufras tanto”) o en duelo por una ruptura (“no se merece tus lágrimas, tienes que distraerte”, “supéralo”); lleva también a empujar para dejar de sentir lo que se siente (“pero mira el lado positivo”, “todo pasa por algo”, “hay una razón de ser”); explica también la mirada de la ansiedad como una debilidad (“tienes que aprender a controlarte y ya”), del llanto como una cobardía (“que no te vean mal”), de un pedido de ayuda como algo que nos convierte en seres inferiores.

En definitiva, se simplifica el complejo mundo emocional que habita en nosotros, para vendernos la mentira de la felicidad como fin último. Efectivamente dice: “No, ese sentimiento que estás experimentando está mal, ¡y he aquí por qué deberías estar feliz en su lugar!”. El núcleo es que es desdeñoso y cierra la conversación, perpetuando un silencio dañino y solitario, donde se hace más fuerte el estrés y muchas veces el trauma.

Como todo lo que se hace en exceso, cuando la positividad se utiliza para encubrir o silenciar la experiencia, genera mayor dolor. En nuestra sociedad la obsesión con ser feliz nos está llevando a una ausencia de empatía y sensibilidad muy dura. Desmereciendo situaciones reales de intenso malestar, apropiado y necesario de vivir, y de historias de vida sumamente complejas que con felicidad no se resuelven ni mucho menos dejan de impactar o dejar huella.

Pero no es solo arma, sino también escudo. Esta tendencia no solo nos invita a pensar en positivo siempre, sino a mostrarnos así también a los demás. En algún punto del camino construimos esta idea de que ser una “persona positiva” significa que eres un robot que tiene que ver lo bueno en literalmente todo, y algo menos es un fracaso personal. Nos obliga a reprimir nuestras emociones, y cuanto más lo hacemos más se intensifican, incluidas aquellas emociones angustiosas. Estas acabarán apareciendo de otras maneras, ya sea a través de problemas de sueño, el consumo de alcohol, la relación con la comida, entre otros.

Pero, ¿cuánto control tenemos realmente cuando se trata de vivir una vida 100 por ciento positiva? La función principal del cerebro humano es estar atento al peligro y mantenernos alejados, vivos, su función no es hacernos felices. Las emociones son una respuesta involuntaria a los estímulos ambientales y no tenemos control total sobre nuestra experiencia emocional.

¿Debo sentir siempre dolor entonces? Condenar las consecuencias de la positividad tóxica no es lo mismo que invitar a las personas a vivir sufriendo. Todo lo contrario, nos invita a respetar la naturaleza del cuerpo y honrar sus vivencias emocionales, porque entendemos desde qué lugar vienen y cómo intentar borrarlas no tienen ningún sentido ni resultado conveniente.

¿Adiós a pensar positivo? No. La positividad tóxica niega la emoción y nos obliga a reprimirla. La “positividad saludable” significa hacer espacio tanto para la realidad como para la esperanza. Podemos adueñarnos de nuestras emociones, incluso las más difíciles, a fin de mostrarnos auténticamente en el mundo.

Como personas podemos averiguar cómo apoyar a alguien que está pasando por dificultades, cómo empoderar a alguien sin descartar sus sentimientos y cómo usar el pensamiento tanto optimista como realista para promover nuestro propio bienestar y el de los demás.

“Ser dueño de nuestra historia puede ser difícil, pero no tanto como pasar la vida huyendo de ella. Aceptar nuestras vulnerabilidades es arriesgado, pero no tanto como renunciar al amor, la pertenencia y la alegría, las experiencias que nos hacen más vulnerables. Solo cuando somos lo suficientemente valientes para explorar la oscuridad, descubrimos el poder infinito de nuestra luz.» (Brené Brown, 2014).

Referencias:

  • Los dones de la imperfección – Brené Brown (2014)
  • Positividad tóxica – Whitney Goodman (2022)

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