Los humanos anhelamos amor, aceptación y seguridad. Muchos de nuestros comportamientos, incluso los más dolorosos y dañinos, son un intento de asegurar esas necesidades.

Por Ana Paula Chávez

Tal vez te has encontrado con la palabra “apego” o “desapego” repetidas veces en los últimos años. En nuestra eterna curiosidad de entendernos más, desde hace un tiempo empezaron a surgir distintos discursos y creencias populares. Por ejemplo, la idea de que no debemos necesitar a nadie más que a nosotros mismos, que debemos soltar rápida y decididamente aquellas relaciones que nos hacen daño, o que empoderarte es vivir una hiper independencia a la que todos debemos aspirar.

Dada la complejidad de nuestra existencia y nuestros vínculos, es difícil pensar que afirmaciones así sean del todo ciertas. Sobre todo cuando la ciencia del apego viene siendo estudiada desde los años 60.

El apego, desde la teoría de los investigadores John Bowlby y Mary Ainsworth (1991), se refiere al vínculo emocional profundo sostenido en la primera relación con nuestro cuidador (padre, madre u otro). Esto ocurre no solo en humanos sino en mamíferos y otras especies. Este vínculo será confiable y seguro en la medida en que el bebé interactúe con un adulto constante y atento, capaz de comunicarse y responder a sus necesidades más allá de la nutrición o higiene.

Lejos de ser solo una demanda del infante, es en realidad una necesidad biológica para la cual estamos programados genéticamente. Necesitamos esa “base segura” para sobrevivir, pues permite desarrollar habilidades para la vida como la regulación del afecto, la capacidad de resiliencia y empatía, un adecuado autoconcepto, etc.

Referentes como la Dra. Sue Johnson o el Instituto Gottman, entre muchos otros,  han continuado la investigación en este campo. Coinciden en que el apego no termina con el nacimiento o los primeros años de vida. Por el contrario, es un proceso que dura todo el ciclo vital, dado que es en esa primera relación donde se construyen las “plantillas predeterminadas” o moldes que servirán de base al resto de relaciones afectivas. El apego, entonces, nos acompaña para siempre y no es algo de lo cual nos podamos deshacer.

Estas plantillas se forman en edad temprana, lo cual lleva a que en la adultez existan ciertos comportamientos en las relaciones que no son más que el reflejo de las historias de vida. Historias que tal vez no fueron del todo sanas, muchas de las cuales pueden estar contaminadas de violencia, negligencia y ausencia. Así se forman nuestras expectativas, creencias y sensaciones respecto a cómo es relacionarse con otros. Y desde este lugar surgen dificultades relacionales como la dependencia, el famoso miedo al compromiso, el temor y angustia vivido en relaciones, o la completa desconexión de nuestros seres queridos.

Estos no son defectos sino aprendizajes que están íntimamente ligados con aspectos emocionales y sensoriales de nuestras historias de vida. Interactúa con alguien desde el miedo, la ambivalencia o la lejanía por un tiempo y tendrás ya un patrón establecido para esa forma de relacionarte. Esto cobra aún mayor relevancia si esa interacción de la que aprendes es la primera en tu vida, con la persona de la que eres totalmente dependiente.

Aprendemos a amar siendo amados. Este aprendizaje es tan social como neurobiológico. Durante los primeros años de vida, el cerebro, un órgano sociocultural por excelencia, construye su arquitectura gracias a la influencia del ambiente que le rodea. Nuestra estructura cerebral está moldeada según la calidad de los vínculos con los cuidadores que nos crían.

A través de un famoso estudio de laboratorio nombrado “prueba de situación extraña”, Ainsworth (1970) fue capaz de describir cómo algunos infantes usaban efectivamente a sus cuidadores como base segura para explorar el mundo y otros no. Es en esa observación que identifica las plantillas:

  1. Apego seguro: cómodos con la dependencia y la soledad, así como la cercanía y la intimidad. Hay seguridad en otros y en poder ser uno mismo.
  2. Apego ansioso-ambivalente: conviven con una sensación de alerta e hipervigilancia para anticipar el abandono, rechazo o desaprobación. Esto les lleva a demandar mucho del otro y abandonarse a sí mismos en el proceso.
  3. Apego desorganizado: coexiste la ansiedad y la evitación, con comportamientos contradictorios de cercanía y necesidad de huir, miedo y hostilidad.
  4. Apego evitativo: evaden la intimidad y vulnerabilidad decididos a confiar solamente en sí mismos; el mundo y las personas no son espacios seguros.

¿Qué tiene que ver esto con lo que preocupa ahora? Pues estos niños luego se convierten en adultos que al no ver sus necesidades emocionales atendidas responderán a través de la desesperanza (rendirse a nunca ser correspondido ni amado) o la protesta (una especie de “berrinche adulto”).

Esas conductas con las que se lidia no se dan desde un lugar de razón, sino desde un lugar emocional primitivo. Existen razones reales por las que las tenemos. No somos culpables de tenerlas, pero sí de recuperarnos de las heridas que las perpetúan. Detrás de un apego inseguro, se esconden relatos de la infancia muy duros. “Sanar” ese apego va a implicar enfrentarte a las verdades más difíciles de tu vida. Ahí está el trabajo.

Entonces, ¿estamos condenados a repetir el molde de nuestra niñez? No. Primero, la historia no puede predecir exactamente el futuro, pues hay factores externos y experiencias de vida que influyen y que llevarán a las personas a distintos escenarios. Estos estilos de apego son “tendencias” no determinantes. Satanizarlos no tiene sentido, dado que se crearon para categorizar e interpretar lo observado, no para decidir si es bueno o malo. El fin de un proceso terapéutico en apego es ir oscilando cada vez más hacia un apego seguro, hacia una confianza en el mundo y una capacidad de poder escucharte a ti mismo mientras te relacionas con otros.

Una de mis citas favoritas sobre el tema es la siguiente:

“Bajo estrés, las personas pueden usar palabras diferentes, pero siempre hacen las mismas preguntas básicas: ‘¿Estás ahí para mí? ¿Te importo? ¿Vendrás cuando te necesite, cuando te llame?’. El amor es el mejor mecanismo de supervivencia que existe y sentirse repentinamente separado emocionalmente, desconectado, es aterrador. La dependencia emocional no es inmadura ni patológica, es nuestra más grande fortaleza”.(Dra. Sue Johnson, 2008)

La necesidad de conexión y pertenencia es tan importante como cualquier otra necesidad biológica. El apego, un componente básico de nuestra naturaleza humana. Necesitar de otros a lo largo de toda nuestra vida no es un mero capricho emocional, sino una tarea de supervivencia y el núcleo de una adecuada salud y desarrollo psicológico, social y cognitivo.

Con esta información se evidencia cómo los discursos populares descritos al inicio se quedan cortos, cómo puede ser riesgoso utilizar palabras como desapego o dependencia con una connotación negativa. Porque luego creemos que amar es jugar juegos, enorgullecernos de parecer ocupados o desinteresados porque eso “atrae”, castigar al otro con el silencio, actuar como si nada nos afectara o vivir ignorando las propias necesidades. Todo para evitar el sufrimiento que nos han contado que el amor genera.

Como ves, las relaciones y sus desafíos van mucho más allá de las ideas vacías de “soltar”, “superar” o “empoderarse”. Existen situaciones en la adultez que representan grandes retos por lo que nos tocó vivir de pequeños y que toca desenredar para comprender. En cada vínculo se encuentran nuestras historias y heridas. Y a la vez, son un espacio donde desaprender, reaprender y sanar.

Es importante que recuerdes: si necesitas del afecto de otros o si sientes la necesidad de recibir cariño y amor, simplemente estás siendo humano. No eres débil ni estás obligado a sanar en soledad, pues somos seres interdependientes. Sentir ansiedad o ganas de huir en tus relaciones no te convierte en alguien complicado o no digno de recibir amor. El apego no se elimina, no es el enemigo. Con el apego no se lucha, porque sería pasar la vida luchando contra uno mismo.

Muchas especies tienen apego; sin embargo, somos la única que se castiga por tenerlo. ¿Cómo renegar de nuestra naturaleza? Si nos permite vivir en comunidad, conexión y pertenencia. ¿No buscamos todos lo mismo? La sensación que nos da ver a quien amamos sonreír, el lujo de aprender a escuchar y estar en silencio al lado de un familiar, el confort de sostener una mano, de abrazar a un amigo, la oportunidad conocer a alguien desde la vulnerabilidad y desde ahí conocernos aún más a nosotros mismos. ¿Cómo creer que no estamos destinados a vivir eso?

A construir más apego que “desapego” del mundo. Conectar para sanar, que para eso vinimos.

Referencias:

  • Attached: The new Science of Adult Attachment – Amir Levine, Rachel Heller (2012)
  • A Secure Base – John Bowlby (1988)
  • Hold me tight – Dr. Sue Johnson (2008)
  • The origins of attachment theory: John Bowlby and Mary Ainsworth – Inge Bretherton (1992)

Contacta con Ana Paula en: 

Suscríbase ahora para obtener 12 ediciones de Cosas y Casas por solo 185 soles. Además de envío a domicilio gratuito y acceso instantáneo gratuito a las ediciones digitales.